lunes, 31 de marzo de 2014

Buscando el “Ser Isleño” en la Historia del Delta. 2ª Entrega: “La tierras de Pan Llevar”

Los chanáes que no quisieron domesticarse recibiendo tierras de Juan de Garay para afincarse como agricultores estables, combatieron como pudieron contra las armas de fuego españolas, y luego fueron huyendo hacia el norte, por donde estaban cercados por los jesuitas que dominaban toda la costa del Paraná.

Criollos carboneros en ranchos temporarios


            Fue el drama de nuestros antepasados isleños: entregarse, renunciar a su modo de vida libre y montaraz, o morir en una guerra desigual.
            De allí en más, nuestras islas quedaron casi por completo desiertas. Para una población criolla que no tenía tradición isleña, canoera, los infinitos arroyos del delta eran casi inaccesibles, plagados de feroces tigres, selvas impenetrables y mareas frecuentes.
            La propiedad de la tierra pasó a ser pública y se la denominó de “Pan Llevar”, es decir, que cualquiera podía ir y extraer los recursos naturales como mejor le pareciera. Y allí quedó, un vasto territorio antes floreciente, lleno de habitantes cuya civilización se había adaptado a la rara geografía isleña, vacío de hombres.
            Muchos criollos afincados en los pueblos costeros de Las Conchas (como se llamaba a la región del actual Tigre) y San Fernando, vieron en las islas un duro medio de vida. En pequeñas embarcaciones recorrían los arroyos cortando leña, recolectando algunos frutos, pescando y cazando. Estos poblados y la ciudad de Buenos Aires recibían la leña del delta con voracidad, y los cueros de nutria, carpincho y yaguareté o tigre.
            Los criollos que se fueron isleñizando comenzaron a preparar carbón con la leña del delta, y se fueron quedando cada vez más tiempo en la isla, por temporadas. Alcides D’Orbigny, un viajero francés que anduvo por estos pagos, escribió allá por 1820: “En estos lugares y algo más arriba en el Paraná, gran número de carboneros acuden todos los años a hacer su provisión de carbón, llegando a ahumar el país a veinte leguas a la redonda. Su modo de fabricación es de lo más vicioso, por lo que el producto resulta muy malo y se pierde mucha cantidad de madera (…) y sin que los torpes explotadores se preocupen mayormente por el daño.”
            No son pocos los relatos de viajeros asaltados en remotos parajes isleños por bandas de salteadores que vivían refugiados de la justicia en los salvajes montes de las islas. Se trató de una verdadera zona de frontera como lo fue al sur bonaerense la del Salado. Un lugar en el que los buscados por la justicia, marginales de toda laya, y gente de trabajo duro y humilde, encontraron su lugar en el mundo. Los “cristianos” y los “salvajes” convivieron allí conformando una sociedad que tuvo sus propias leyes y costumbres.

El naturalista Francisco Javier Muñiz hizo el primer relevamiento con una mirada científica de las islas del Paraná.


            Como por toda la costa del Paraná, no estuvieron ausentes en la época colonial los Jesuitas, que fueron los primeros que colonizaron las islas tras la desaparición de los chanáes. Aquí, sobre el arroyo Paycarabí, existió quizás la más desconocida de todas las misiones jesuíticas. En el siglo XVIII comenzaron a plantar racionalmente los frutales que luego le darían tanta fama al delta. El sabio naturalista Francisco Javier Muñiz, comisionado por el  gobierno de Pueyrredon, en 1818, tras un viaje por el delta informó al respecto en un imperdible trabajo titulado “Noticia sobre las islas del Paraná”: “Dos leguas más hacia el Miní (sobre el Paycarabí) se ven las reliquias del establecimiento de los jesuitas, que consiste en restos de tapiales y cerca de ellos hay cidra real, membrillos, cañas de castilla y varias clases de duraznos.”
            Dice textual el gran científico argentino en su relevamiento: “La canal de paycarabí tiene ambas orillas bien pobladas de los mismos arboles, a las tres leguas de la embocadura se hallan muchos porotos tapes silvestres algo amargos qº. se enredan en las cañas á mucha altura; á las cuatro leguas hay guindos de mediana altura; en ese albardon qº. es mui elevado hay un espacio como de cincuenta pasos cubierto de fracmentos de tinajas en las qº. depositavan los indios sus difuntos. He visto esas tinajas enteras tienen una vara de alto bien formadas, delgadas, con una tapa qº. embute mui bien un ahujero en el fondo redondo, el material me pareció de igual calidad q. el de las baldosas, unas estan todas labradas como escama de pez, y otras jazpeadas imitando el mármol, contenían huesos humanos casi reducidos a polvo. La nacion qº. los fabricó estava sin duda en mas alto grado de civilisacion qº. los indios independientes qº. conocemos.” Así consideraba él a nuestros antepasados isleros.
            Muñiz confirma la presencia de aborígenes en las islas ya pasado el período colonial, asentados, conviviendo con los criollos: “Mas arriba de Caravelas, y como á un cuarto de legua de distancia, esta el arroyo de las piedras, donde se hallan varias plantas de hierva mate. Me dixo un indio anciano qº. havia un hosque de esos arboles en el centro de la ysla; pero por falta de viveres no pude verificarlo.”
            También vió nogales en los arroyos Antequera, La Horca y el Carapachay. Se asombró por la cantidad de cítricos que encontró en todos los arroyos por donde anduvo en ese año 1818. Si bien los jesuitas ya no estaban en América, es evidente que sus métodos de plantación fueron tomados por los criollos que iban informando a Muñiz en su viaje, y que ya vivían establecidos en las islas.
            Sólo ya cerca de la revolución de mayo se tienen datos de familias establecidas en las islas. La época del delta que hoy rastreamos, la que va desde la llegada de los españoles hasta la independencia, se caracterizó por ser un período de extracción de recursos naturales, fruta, leña, carbón, “unco”, caza y pesca, sin ninguna reglamentación ni racionalidad. Esto es algo que tal vez ocurra todavía en la isla con otro disfraz, y llevado a cabo no por gente humilde que intentaba sobrevivir, sino por los poderosos que sólo ven en las islas su fuente de riqueza: empresas de turismo que vienen, depredan y se van, dejando en el delta sólo destrucción y ningún beneficio.

"Noticia sobre las islas del Paraná" fue el informe que Muñiz elevó al Director Pueyrredón en 1818


            La última gran epopeya de este período del delta, es el aporte hecho por estos criollos para la reconquista de Buenos Aires. Cuando Santiago de Liniers cruzó a la Banda Oriental a buscar refuerzos para expulsar a los ingleses dueños de la capital en 1806, precisó de la invaluable ayuda de baquianos isleños que ayudaron en guía y traslado de tropas y víveres en sus embarcaciones hechas especialmente para recorrer nuestras aguas. Gracias a ese coraje gaucho y solidaridad isleña, Liniers y sus milicias pudieron llegar sin problemas hasta la boca del río Las Conchas, hoy Reconquista, para comenzar su glorioso avance hasta la derrota de los invasores, el Regimiento 71 de Su Majestad Británica, que nunca había sido vencido.

Las tierras de Pan Llevar fueron el horizonte de marginales y humildes trabajadores costeros que fueron luego quedándose, estableciéndose poco a poco, primero solos, luego con sus familias. Ellos fueron los primeros hombres blancos que aprendieron las cosas de nuestros ríos, de sus mareas, de sus animales, de su delirante vegetación. Ellos fueron quienes recopilaron los conocimientos isleños, la tradición oral con la que se aprende a vivir en la isla; ellos guardaron ese saber hasta la segunda gran transformación en el delta: la llegada de los inmigrantes europeos, “los gringos”.

domingo, 30 de marzo de 2014

Buscando el “Ser Isleño” en la Historia del Delta: 1ª Entrega: Iwy Mara`ey: La Tierra Sin Mal



No es mucho lo que ha llegado a nosotros de la vida de nuestros primeros paisanos isleños, los chanáes. Se trató de un pueblo islero, pescador y canoero, integrante de la gran familia guaraní. Ellos hablaban el güenoa, un idioma guaranítico con el que se han hallado similitudes al de los charrúas de la banda oriental.
            Todavía pueden verse en algunos arroyos los “cerros” que construían los indios para enterrar a sus muertos. Sobre el arroyo Martínez, en la boca del Sagastume, el escritor Liborio Justo desenterró en 1943 huesos, una calavera, y gran cantidad de objetos de cerámica.
            Esta rama de los guaraníes pudo haber llegado a las islas inferiores del delta (que a la llegada de los españoles sólo llegaba hasta Campana) buscando en grandes migraciones desde el corazón del Amazonas la llamada “Tierra Sin Mal”. Algunas estimaciones hablan de una población isleña de seis mil habitantes.

El Chaná es el pueblo guaranítico que más al sur se ha registrado, con una población isleña de 6 mil habitantes

            "Iwy Mara`ey" es el paraíso al cual se retiró el héroe civilizador luego de haber creado el mundo y haber dado a los hombres los conocimientos esenciales para su supervivencia. Allí llegan los muertos tras duras pruebas. Es el destino de los chamanes y de los valientes guerreros. Pero también los vivos pueden llegar a este paraíso (muchos siguen llegando al delta en su busca y se vuelven isleños). Para llegar en vida, hace falta haber tenido el valor y la constancia de observar las normas de vida de los antepasados: su relación con la naturaleza, con el tiempo, con el río, con el trabajo, con la inundación. Esta ley de los chanáes está hoy vigente en el delta, ya que cada vez que no observamos la forma de vida de nuestros antepasados en la isla, el paraíso nuestro corre peligro de dejar de existir.
            La Tierra Sin Mal no era sólo un lugar de felicidad, sino el último refugio que quedaría a los hombres cuando el fin del mundo llegara. Enormes grupos de guaraníes emprendieron la búsqueda de esta tierra. En grandes movimientos de a miles fueron llegando hasta estas lejanas islas en las que hallaron su hogar. Aquí se asentaron y formaron su pueblo isleño. Con la caza, la pesca y la recolección de frutos alimentaron a sus grandes familias. En general los hombres tenían varias mujeres y muchas familias vivían juntas en las “malocas”, grandes viviendas comunales. Al parecer habrían intentado algunos cultivos de maíz y zapallos, en albardones altos.
            Se han hallado algunas canoas en las que se desplazaron por todo el delta. Eran canoas de cedro o de timbó, llegaban a medir hasta veinte metros y en ellas podían viajar cuarenta remeros. En ellas hacían la guerra, pescaban y cazaban. Su arma preferida, con la que eran infalibles, era el arco y la flecha. También usaban hondas y mazos de hueso. Almacenaban el pescado secándolo al sol, y recolectaban los frutos de la infinita cantidad de palmeras que por entonces existía y que estaba prohibido cortar.



            Cuando más tarde fue derrotado por los españoles, este pueblo movedizo y cazador fue sufriendo una drástica modificación en su existencia libre. Juan de Garay, en 1580 repartió tierras a los indios que quisieran asentarse como agricultores.
            Así, muchos fueron recibiendo parcelas de tierra que cultivaban con el sistema de roza, es decir, desmontando y quemando para ampliar los terrenos cultivables.
            Construían sus casas con paja brava y barro, y usaban el caraguatá –una planta nativa, de hojas largas y aserradas, abundante aún hoy en el delta-para con sus fibras fabricar vestidos. También usaron los cueros de la nutria y el carpincho para confeccionar su ropa.
            Se ha hallado gran cantidad de alfarería en el delta. Aún hoy los alfareros alaban la calidad del barro isleño y trabajan con sus manos la misma tierra que estos antepasados. Esta cerámica era peculiar, del tipo “imbricada”, diferente a la de otros grupos guaraníes, la que decoraban con la punta de los dedos y a la que embellecían con pinturas.
            Estos antiguos isleños, cuyos mestizados descendientes seguramente todavía recorren los arroyos de la Tierra Sin Mal, son la punta del hilo para empezar a hallar esta escurridiza identidad isleña que queremos encontrar por fin, y ponerla en palabras.


miércoles, 26 de marzo de 2014

AYER SE CUMPLIÓ UN NUEVO ANIVERSARIO DEL ASESINATO DE RODOLFO WALSH, ESCRITOR APASIONADO DEL DELTA.

En el día de ayer, 25 de marzo, se cumplió un nuevo aniversario de la muerte a balazos del escritor y periodista Rodolfo Walsh.
Cuando se dirigía a una reunión, disfrazado de jubilado, fue abordado por un grupo de tareas que intentó detenerlo. Walsh sacó un revólver y resistió a balazos el intento, y fue acribillado en el lugar. Su cuerpo fue llevado a la ESMA, y hay testigos que dicen que ingresó con vida, agonizante.

Fue un amante del Delta, refugio en el que encontraba paz y descanso en tiempos turbulentos, en su casita del Carapachay.

Aquí transcribimos algunos fragmentos de sus relatos compliados en el libro "El violento oficio de escribir", que muestra el interés que la isla siempre le produjo al escritor.





CLAROSCURO DEL DELTA

Una región casi tan extensa como la provincia de Tucumán espera ser conquistada por segunda vez.
Cercano y desconocido, el Delta del Paraná revive la odisea de sus pioneros.
Al último tigre lo mataron los hermanos Cepeda en tiempos de María, la contrabandista de trabuco recortado que se ahogó en el Bravo por salvar a un cristiano. Pero la memoria del tigre y los piratas se extinguió con Celestino Ceballos, cuando a los 106 años pobló por segunda vez la Boca de las Animas, lugar de su vida y de su muerte.
Antes de perderse, los paraísos perdidos crean su leyenda de terror. Cada puñalada hace su historia, cada peripecia deposita sobre el mapa una amenaza contra el forastero. Ahí están los nombres del desaliento en los arroyos y los ríos: Desengaño, Perdido, Fraile Quemado, La Horca, Hambrientos, El Diablo, Las Cruces, El Ahogado, el Arroyo del Pobre.
Pobres eran todos: criollos cazadores, pescadores, recolectores de duraznos que plantaron los jesuítas en la más ignorada de sus misiones, cuyas ruinas dejaron de verse después de que Francisco Javier Muñiz las vio en 1818 sobre el Paycarabí: nombre de un cura (pay) tal como podía pronunciarlo en guaraní el indio cuyo cráneo exhibe, entre latas de aceite y surtidores, Hermán López, concesionario de YPF en Paranacito.
Para una docena de vascos inmigrantes, la fiebre amarilla que azotó Buenos Aires hace un siglo era más temible que las islas solitarias. Se instalaron en el Carabelas, sembraron trigo y papas, plantaron álamos, pusieron una fábrica de cerámica cuya alta chimenea, emergiendo entre los ceibos cerca del Guazú, está fechada en 1877.
Ya había italianos a lo largo del Lujan, fábrica de dulces en el Espera, franceses dispersos un poco por todas partes, como aquel Blondeau, cuya casa centenaria sobrevive en Carabelas, o aquel Chamoussy, que en 1905 contó 6.987.820 álamos y sauces en el Delta entrerriano.
Por esa época, un militar holandés que volvía de Sumatra compró al gobierno provincial 2.500 hectáreas, con la promesa de radicar diez familias españolas. El matrimonio vino con una institutriz para educar a sus cuatro hijas y se marchó al poco tiempo, pero la maestra holandesa se quedó, casada con un comerciante alemán.

A los 91 años, Carolina de Seybold evoca en su castellano silabeado la fascinante aventura: el viaje en vaporcito por el laberinto de islas –desierta Venecia, multiplicada Zeeland–, la tormenta de Santa Rosa que los sorprendió en el Miní, el desembarco y el bungalow construido por John Wright, que después compró su marido y donde ella sigue viviendo sesenta y cinco años más tarde, con sus muebles europeos, su loza de Delft y sus libros en tres idiomas, que ya no puede leer porque está ciega. 

Rodolfo Walsh junto a su amigo Haroldo Conti, ambos amantes del Delta


"Las exigencias del medio hicieron del colono muchas cosas: quintero, marino, cazador, herrero, mecánico, bolichero. Sometido a las calamidades cíclicas, los repuntes del río y las bajas del mercado, las plagas de las plantas y los incendios de los pajonales, debió erigir sus diques, reparar sus embarcaciones, improvisar los repuestos del Fordson, almacenar el gas de los pantanos que alumbra muchas casas. Miroslao Konecny, checoslovaco, ilustra esa variedad de los oficios: albañil primero, constructor naval después, suele tripular ahora el Luscombe biplaza del aeroclub de Paranacito y divisar la comarca entera de los suyos.
Muchos triunfaron, como Weide, a costa de penurias grandes.
Forzudos, elementales, adheridos a la tierra, algunos alcanzaron la cima de la obstinación, de una locura heroica que provoca las sonrisas de sus descendientes.
–¡Qué gente bruta! –dice con jovial ternura Juan Urionagüena, nieto de los fundadores del Carabelas–. Se pasaban la semana cavando zanjas y serruchando troncos, y los domingos se divertían organizando apuestas para ver quién cavaba más zanjas o serruchaba más troncos.
Uno de aquellos cavadores pasó a la inmortalidad, abriendo a pala los seis kilómetros que separaban al Guazú del Paraná de las Palmas. Por esa vía irrumpió la fuerza monstruosa de los ríos."

Walsh en el muelle de su casa del río Carapachay



"Si el éxito del colono europeo quedó librado a su estoicismo, el desarraigo del poblador criollo estaba decretado de antemano: nunca pasó por la cabeza de aquellos gobernantes ofrecer al nativo las tierras y los créditos que tuvieron los primeros inmigrantes.
–Aquí había una docena de pobladores, gente nutriera –recuerda el viejo Maeta–. Cuando vinieron estos alemanes tuvieron que irse. Uno o dos quedaron con un pedacito de tierra.
Irse no era todavía una desgracia irreparable en el vasto mundo de las islas. El hombre agarraba su canoa y sus trampas y se mudaba a otro lado. Vinieron, incluso, buenos tiempos para esos nómadas. Por el año veinte empezó a valorizarse la nutria: se pagaba cuatro o cinco pesos por un cuero.
–Hubo épocas –dice un antiguo cazador– en que un ministro no podía ganar lo que ganaba cualquiera de nosotros. Yo he visto a uno matar sesenta y ocho nutrias en una noche, sobre la costa del Pavón. Era una alegría todo, un derroche de plata.
La escasez gradual de la nutria, del lobito y del carpincho trajo las leyes de veda, que una vez más desampararon al hijo del suelo.
De todas maneras, estos son sobrevivientes de un tiempo que se acaba. Sus ranchos subsisten a la orilla de los ríos, sus trampas velan los comederos de las nutrias, sus manos mantean los cueros o engavillan el "unco", pero cada creciente que detiene el trabajo en las quintas, cada helada que paraliza los cultivos, arrastra a las ciudades próximas su marea de isleños. Muchos no vuelven."

Estos son sólo algunos jugosos fragmentos de los relatos de "El violento oficio de escribir", obra que recomendamos a todo aquel interesado en profundizar en el conocimiento del amor que el escritor, (porque este es el oficio con el que él mismo se describía, así firmó la famosa "Carta a la junta militar") sentía por esta región. 


martes, 11 de marzo de 2014

GANDHI HABLÓ DE LA AUTONOMÍA DEL DELTA EN 1908




Hace tiempo que en los arroyos se escuchan voces de autonomía, que se habla de la necesidad de afrontar la realidad de que la isla es una entidad cultural diferente a la urbana del continente. Queda cada día más evidente que se trata de un territorio y una población que tiene otras necesidades, que requiere de otras soluciones, y que está gobernado por personas ajenas a esa identidad, a esa otra forma de vida, a esa otra “nacionalidad”.



            Extraemos algunos pasajes de lo que decía el Mahatma Gandhi en un libro publicado en 1908 y que puede ayudar a reflexionar a los isleños de todas las Secciones sobre su situación en el siglo XXI.

                        

            “Yo reconozco que ustedes me gobiernan. Es inútil discutir el problema de saber si ocuparon el delta por la fuerza o con mi consentimiento. No me opongo a que permanezcan en mi país, pero, aunque sean los gobernantes, no pueden quedarse más que como servidores del pueblo. No nos corresponde a nosotros someternos a vuestros deseos, sino a ustedes avenirse a los nuestros. Pueden conservar las riquezas que extrajeron de este país, pero no podrán en lo sucesivo seguir trasegándolo. Si lo desean, pueden asegurar el orden en la isla; pero deben renunciar a toda idea de establecer beneficios comerciales a nuestras expensas. Nuestra civilización es lo contrario de la de ustedes, y consideramos que les es superior considerablemente. Si admiten esta verdad, tendrán muchas ventajas, y si no la admiten, deberán vivir en este país de la misma manera que vivimos nosotros. No deben hacer nada contrario a ninguna de nuestras costumbres.”

            “Hasta el presente nos hemos callado por cobardía, pero no crean que la conducta de ustedes no nos ha herido en nuestros sentimientos íntimos. No es por egoísmo ni por miedo que les decimos todo lo que pensamos, sino porque ha llegado el momento en que nuestro deber es expresarnos osadamente.”

            “Si ustedes no pueden aceptar estas condiciones, nosotros dejaremos de hacer el papel de gobernados. Ustedes pueden aplastarnos, pueden hacernos pedazos con los cañones. Si actúan en contra de nuestra voluntad, no les ayudaremos más; y sin nuestra ayuda no podrán avanzar ni un solo paso. Es posible que el poder, del que ustedes están ebrios, los haga reírse de lo que digo. No lograremos arrancarles todas las ilusiones de un solo golpe. Pero si hay en nosotros la mínima dignidad, rápidamente comprobarán que esa ebriedad lleva al suicidio, y que esa risa a expensas nuestras proviene de una perturbación del espíritu.”

 El delta sin fronteras artificiales


            Si el pueblo del resto de los partidos de San Fernando y Tigre estuviese al corriente de todo lo que han hecho aquí, reprobaría buen número de esas acciones. La masa de la población isleña poco ha tenido que hacer con ustedes. Si deciden abandonar su pretendida “civilización”, comprenderán que nuestras reivindicaciones son justificadas. Solo satisfaciéndolas plenamente podrán permanecer en la Isla; si se quedan aquí, nos enseñarán muchas cosas, y también ustedes aprenderán otras a su tiempo; será una ventaja para cada uno de nosotros, y para el resto del mundo.”

            “Debemos saber que es inútil vituperar a los políticos y empresarios, que somos nosotros los responsables de su presencia en el país, y que no se marcharán o no cambiarán su manera de ser sino cuando nosotros mismos nos hayamos reformado.”

            “Vale más obrar que hablar; que nuestro deber es decir exactamente lo que pensamos, sin temor de las consecuencias posibles, y que sólo una actitud semejante nos permitirá persuadir a las gentes con nuestras palabras.”

            “Es un signo de pereza aguardar para hacer una cosa a que también la hagan los demás; debemos obrar por conformidad con lo que pensamos ser lo justo, y los otros nos imitarán, cuando hayan hallado el camino.”

            “La verdadera Autonomía comienza por el autodominio. A ella se llega por la resistencia pasiva, es decir: la fuerza del alma o fuerza del amor. Para poder ejercer esta fuerza, es preciso aplicar la independencia económica en toda su acepción.”





            Estos fragmentos han sido extraídos del libro de Mohandas K. Gandhi “Hind Swaraj” (Autonomía de la India) editado en 1908.

            Increíblemente, sólo hemos cambiado las pocas palabras que están en negrita: India por Isla o Delta, Pueblo  Inglés por Partido de San Fernando y Tigre, Ingleses por Políticos y empresarios.

            El resto es lo que Gandhi escribió hablando sobre la autonomía de la India.

Este texto fue escrito por Boletín Isleño y publicado por primera vez por la Revista La Isla en 2012.


martes, 4 de marzo de 2014

EL DELTA: UNA PIEZA MÁS EN EL ROMPECABEZAS DEL EXTRACTIVISMO MUNDIAL

¿Dónde está inserta nuestra querida isla? ¿Es realmente como a veces pensamos un paraíso aislado en el que el sistema mundial queda afuera?
            Los hombres actuales somos la pieza fundamental de la ecuación SACAR-PRODUCIR-USAR-TIRAR. Nos convertimos en ella cuando nos subimos a la carrera demencial del consumo desenfrenado, cuando nos bautizamos –en las aguas del masivo “salir a comprar”- para ingresar a la actual Religión de la Comodidad Total, nuestro nuevo Nirvana predicado por los sacerdotes del Culto 2.0: los publicistas.


Todos esos nuevos dioses por los cuales el hombre urbano medio actual desfallece en estados de éxtasis como los que experimentaban los santos medievales son los objetos tecnológicos, autos, productos de belleza personal, alimenticios, ropa, o espacios sociales de pertenencia. Todos ellos, dioses planificadamente obsoletos en cortos lapsos de tiempo por señores malos de corbata, tienen detrás una larga y oscura historia de extracción de materia prima, traslados infinitos por los mares del globo, explotación de la mano de obra, contaminación, devastación de zonas increíblemente grandes y un sofisticadísimo sistema publicitario que ya no vende productos, sino que predica a sus fieles determinados estilos de vida.
            Todo está mercantilizado y se puede comprar: el agua, las montañas, los bosques, la pampa, los hombres y la psiquis de los hombres. Pero las consecuencias de esta siniestra ecuación lineal infinita: SACAR-PRODUCIR-USAR-TIRAR, en un planeta de recursos finitos,  no son vistas desde la gran ciudad. Las COSAS están allí, en los templos del Culto 2.0 –los shoppings- y sólo basta ir, comprar, usar, tirar, volver, comprar, usar, tirar, no hace falta preguntarse absolutamente nada.



            El sistema extractivo necesario para nuestra ecuación tiene su división internacional del trabajo, de la contaminación, y del consumo. Cada región, incluso dentro de los países, tiene su lugar y tarea asignada. En la tierra, no importa ya su calidad, se planta soja. Hay que sacar todos los árboles y a los hombres para plantar soja. Los que se queden, se joden, porque para que crezca bien el poroto hace falta fumigar con glifosato, elemento rechazado cada día más por las enfermedades que genera, denunciadas ya mundialmente. De las montañas sacan cosas misteriosas que no sabemos muy bien para qué se usan, pero dicen que para hacer todo lo que desvela los sueños del hombre urbano actual: celulares, la computadora desde la que escribo estas líneas, aparatos para escuchar música, etc.
¿Y el Delta? ¿Qué tiene que ver en todo esto? También tiene su división: En la segunda y tercera sección (y también podríamos hacer allí distinciones), la región fue destinada hace más de 120 años a ser exclusivamente un polo forestal. Ya estudiamos en nuestro Boletín, cómo en 1894, el ingeniero Antonio Gil fue enviado por el gobierno para hacer el relevamiento de la zona que había sido designada por la oligarquía gobernante (que no cedería un palmo de sus campos para plantar árboles que le quitaran pasturas a sus vacas) para abastecer de madera para papel a la Argentina.
Unas difíciles condiciones, y ningún apoyo del Estado acabaron con la mayor región frutícola hasta mediados del siglo pasado. Una producción que ocupaba muchas manos y que requería de una fuerte presencia del isleño en la quinta. Pero el Delta nunca pudo salir de ser un satélite del sistema que imponía la demanda de Buenos Aires. Divididas artificialmente las islas y gobernados siempre por pajueranos, los isleños no pudieron decidir por sí mismos desarrollar una industria propia y agregar valor a sus producciones locales. Simplemente se tuvieron que ir.
            Desde allí, el destino forestal asignado no se detuvo: despoblamiento, escaso empleo de mano de obra local, y precios de hambre provocados por la concentración de la demanda (básicamente, Papel Prensa es la única compradora de madera de la zona) y una dispersión de la oferta (pequeños productores sueltos o asociados en alguna cooperativa por un lado, y fuertes forestadores dueños de grandes campos ya organizados como sociedades anónimas por otro). Esto obliga  a los escasos pequeños productores que quedan viviendo en sus quintas chicas, a diversificarse con el mimbre y el junco, sin ningún apoyo oficial de ningún tipo para poder tener una vida de mera subsistencia, y poder resistir casi heroicamente la tentación de vender su tierra  a alguna gran empresa por monedas, para que ésta la incorpore a su ya gran concentración de tierra.
            Si a esto le sumamos la nula oferta de vida social para los jóvenes en la segunda o tercera sección, y su tendencia a irse al pueblo para buscar otra vida, se trata de un incentivo aún mayor para que el quintero piense en dejar todo en manos de una empresa grande e irse con sus pesos al otro lado del río.
Las islas como apéndice del sistema mundial, aceptan su rol de segunda sin chistar. La pampa necesita espacio para soja, las vacas a los feedlots o la isla.
Más cerca de la ciudad, en la primera Sección, las islas tienen otro rol asignado: la de ser un complejo residencial y de esparcimiento para gente de alto poder adquisitivo: El paraíso a treinta kilómetros de Buenos Aires. Un paraíso soñado en las rayas de cocaína de algún arquitecto con estudio en Puerto Madero.
Este es el drama de los isleños que viven más cerca de la ciudad. Ven la tierrita que eligieron para vivir tranquilos en la mira de gente que no le interesa nada más que expulsarlo para poder negociar con su tierra. El isleño en la Primera Sección es tan sólo un estorbo para los negocios inmobiliarios y turísticos.
Por todos los medios se intenta hacerlo vender: haciéndole imposible la paz con un turismo que muestra cada temporada lo devastador que es, con una inercia total ante hechos de inseguridad de muy fácil resolución, con un aumento permanente en los impuestos, con una presión inmobiliaria que sube por las nubes los precios de los terrenos en la zona, con un progresivo y agobiante aumento de reglamentación y encarecimiento de todos los aspectos de su sencilla vida: en la construcción, en la embarcación, en la imposible habilitación de cualquier pequeña iniciativa comercial que desee emprender el isleño, obligándolo siempre a vivir fuera de la ley. Lo ideal es esto: que el isleño se harte, venda su terreno por una buena plata al “emprendedor” que viene detrás, y que pondrá un concheto “Lodge & Spa” donde al isleño sólo le cabrá ser el mozo, la mucama, y el que corta el pasto, puesto que hoy ni siquiera le quedará construirlo, ya que con preocupación creciente, vemos como cada vez más en la isla trabajan con personal traído de afuera empresas constructoras porteñas.

Así las cosas, todo se va encadenando: el lamentable estilo de vida actual, en el que el individuo es sólo un consumidor lleno de necesidades, obsesivamente insatisfecho, lleva hasta a los más remotos rincones de la tierra la devastación, la desigualdad social, la explotación y la destrucción de la naturaleza. Y por supuesto, el Delta no queda afuera de la voraz maquinaria del consumismo y la mercantilización de todos los aspectos de la vida moderna. Sólo se salvará el Delta cuando esté manejado desde aquí, por gente de aquí que vea con ojos isleños.