domingo, 30 de marzo de 2014

Buscando el “Ser Isleño” en la Historia del Delta: 1ª Entrega: Iwy Mara`ey: La Tierra Sin Mal



No es mucho lo que ha llegado a nosotros de la vida de nuestros primeros paisanos isleños, los chanáes. Se trató de un pueblo islero, pescador y canoero, integrante de la gran familia guaraní. Ellos hablaban el güenoa, un idioma guaranítico con el que se han hallado similitudes al de los charrúas de la banda oriental.
            Todavía pueden verse en algunos arroyos los “cerros” que construían los indios para enterrar a sus muertos. Sobre el arroyo Martínez, en la boca del Sagastume, el escritor Liborio Justo desenterró en 1943 huesos, una calavera, y gran cantidad de objetos de cerámica.
            Esta rama de los guaraníes pudo haber llegado a las islas inferiores del delta (que a la llegada de los españoles sólo llegaba hasta Campana) buscando en grandes migraciones desde el corazón del Amazonas la llamada “Tierra Sin Mal”. Algunas estimaciones hablan de una población isleña de seis mil habitantes.

El Chaná es el pueblo guaranítico que más al sur se ha registrado, con una población isleña de 6 mil habitantes

            "Iwy Mara`ey" es el paraíso al cual se retiró el héroe civilizador luego de haber creado el mundo y haber dado a los hombres los conocimientos esenciales para su supervivencia. Allí llegan los muertos tras duras pruebas. Es el destino de los chamanes y de los valientes guerreros. Pero también los vivos pueden llegar a este paraíso (muchos siguen llegando al delta en su busca y se vuelven isleños). Para llegar en vida, hace falta haber tenido el valor y la constancia de observar las normas de vida de los antepasados: su relación con la naturaleza, con el tiempo, con el río, con el trabajo, con la inundación. Esta ley de los chanáes está hoy vigente en el delta, ya que cada vez que no observamos la forma de vida de nuestros antepasados en la isla, el paraíso nuestro corre peligro de dejar de existir.
            La Tierra Sin Mal no era sólo un lugar de felicidad, sino el último refugio que quedaría a los hombres cuando el fin del mundo llegara. Enormes grupos de guaraníes emprendieron la búsqueda de esta tierra. En grandes movimientos de a miles fueron llegando hasta estas lejanas islas en las que hallaron su hogar. Aquí se asentaron y formaron su pueblo isleño. Con la caza, la pesca y la recolección de frutos alimentaron a sus grandes familias. En general los hombres tenían varias mujeres y muchas familias vivían juntas en las “malocas”, grandes viviendas comunales. Al parecer habrían intentado algunos cultivos de maíz y zapallos, en albardones altos.
            Se han hallado algunas canoas en las que se desplazaron por todo el delta. Eran canoas de cedro o de timbó, llegaban a medir hasta veinte metros y en ellas podían viajar cuarenta remeros. En ellas hacían la guerra, pescaban y cazaban. Su arma preferida, con la que eran infalibles, era el arco y la flecha. También usaban hondas y mazos de hueso. Almacenaban el pescado secándolo al sol, y recolectaban los frutos de la infinita cantidad de palmeras que por entonces existía y que estaba prohibido cortar.



            Cuando más tarde fue derrotado por los españoles, este pueblo movedizo y cazador fue sufriendo una drástica modificación en su existencia libre. Juan de Garay, en 1580 repartió tierras a los indios que quisieran asentarse como agricultores.
            Así, muchos fueron recibiendo parcelas de tierra que cultivaban con el sistema de roza, es decir, desmontando y quemando para ampliar los terrenos cultivables.
            Construían sus casas con paja brava y barro, y usaban el caraguatá –una planta nativa, de hojas largas y aserradas, abundante aún hoy en el delta-para con sus fibras fabricar vestidos. También usaron los cueros de la nutria y el carpincho para confeccionar su ropa.
            Se ha hallado gran cantidad de alfarería en el delta. Aún hoy los alfareros alaban la calidad del barro isleño y trabajan con sus manos la misma tierra que estos antepasados. Esta cerámica era peculiar, del tipo “imbricada”, diferente a la de otros grupos guaraníes, la que decoraban con la punta de los dedos y a la que embellecían con pinturas.
            Estos antiguos isleños, cuyos mestizados descendientes seguramente todavía recorren los arroyos de la Tierra Sin Mal, son la punta del hilo para empezar a hallar esta escurridiza identidad isleña que queremos encontrar por fin, y ponerla en palabras.


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